30 diciembre 2011

ECLIPSE







¡Uf! Casarme éste verano. Me dio un escalofrío.
Sí, otra cosa que me molestaba era que me habían educado para que sintiera escalofríos sólo de pensar en el matrimonio.
Edward interrumpió mis cavilaciones.
-No hace falta que sea un bodorrio. No necesito tanta fanfarria. No tienes que decírselo a nadie ni cambiar tus planes. ¿Porqué no vamos a Las Vegas? Puedes ponerte unos vaqueros. Hay una capilla que tiene una ventanilla por la que te casan sin que te bajes del coche. Lo único que quiero es hacerlo oficial, y que quede claro que me perteneces a mí y a nadie más.
-No puede ser más oficial de lo que ya lo es- refunfuñé, aunque su descripción no me había sonado tan mal. La única que se iba a sentir decepcionada era Alice.
-Ya veremos- sonrió, complaciente -Supongo que no querrás aún el anillo de compromiso.
Tuve que tragar saliva antes de responder.
-Supones bien.
Edward se rió al ver la expresión de mi cara.
-De acuerdo. De todos modos, no tardaré en rodear tu dedo con él.
Me quedé mirándole.
-Hablas como si ya tuvieras un anillo.
-Y lo tengo- dijo sin avergonzarse -,listo para ponértelo al menor signo de debilidad.
-Eres increíble.
-¿Quieres verlo?- me preguntó. De pronto sus ojos topacio brillaron de emoción.
-¡No!- exclamé. Fue un acto reflejo del que me arrepentí de inmediato, ya que Edward se entristeció. -Bueno, si de verdad quieres enseñármelo, hazlo- intenté arreglarlo, apretando los dientes para no demostrar el pánico irracional que me poseía.
-No pasa nada- repuso mientras se encogía de hombros. -Puedo esperar.
Dí un suspiro.
-Enséñame el maldito anillo, Edward.
Negó con la cabeza.
-No.
Estudié su expresión durante un buen rato.
-Por favor...- le pedí con voz tierna, experimentando con el arma que acababa de descubrir. Le acaricié la cara con la punta de los dedos. -Por favor, ¿puedo verlo?
Edward entornó los ojos.
-Eres la criatura más peligrosa que he conocido en mi vida- declaró. Pero se levantó y se arrodilló junto a la mesilla de noche con aquella elegancia inconsciente tan propia de él. Apenas un instante después volvió a la cama, se sentó a mi lado y me rodeó el hombro con un brazo. En la otra mano tenía una pequeña caja negra, que depositó en precario equilibrio sobre mi rodilla izquierda.
-Adelante, échale un vistazo- me instó de repente.
Sostener aquella cajita de aspecto inofensivo me resultó más difícil de lo que esperaba, pero no quería volver a herir sus sentimientos, así que traté de dominar el temblor de mi mano. La caja estaba forrada de satén negro. Lo acaricié con los dedos, indecisa.
-¿No te habrás gastado mucho dinero? Si lo has hecho, miénteme.
-No me he gastado nada- me aseguró. -Se trata de otro objeto usado. Es el mismo anillo que mi padre le dio a mi madre.
-Oh- dije sorprendida. Después pellizqué la tapa entre el pulgar y el índice, pero no la abrí.
-Supongo que es demasiado anticuado- se disculpó medio en broma. -Está tan pasado de moda como yo. Puedo comprarte otro más moderno. ¿Qué te parece uno de Tiffany´s?
-Me gustan las cosas pasadas de moda- murmuré mientras levantaba la tapa con dedos vacilantes.
Rodeado por raso negro, el anillo de Elizabeth Masen brillaba a la tenue luz de la habitación. La piedra era un óvalo grande decorado con filas oblicuas de brillantes piedrecillas redondas. La banda era de oro, delicada y estrecha, y tejía una frágil red alrededor de los diamantes. Nunca había visto nada parecido.
Sin pensarlo, acaricié aquellas gemas resplandecientes.
-Es muy bonito- murmuré, sorprendida de mi propia reacción.
-¿Te gusta?
-Es precioso- me encogí de hombros, fingiendo que no me interesaba demasiado. -A cualquiera le gustaría.
Edward soltó una carcajada.
-Pruébatelo, a ver si te queda bien.
Cerré la mano izquierda instintivamente.
-Bella- dijo con un suspiro -, no voy a soldártelo al dedo. Sólo quiero que te lo pruebes para ver si tengo que llevarlo a que lo ajusten. Luego te lo puedes quitar.
-Vale- cedí.
Cuando iba a coger el anillo, Edward me detuvo, tomó mi mano izquierda en la suya y deslizó la alianza por mi dedo corazón. Después me sujetó la mano en alto para que ambos pudiéramos contemplar el efecto de los brillantes sobre mi piel. Tenerlo puesto no resultó tan horrible como había temido.
-Te queda perfecto- afirmó en tono flemático -.Eso está bien: así me ahorro un paseo a la joyería.
Al percibir la intensa emoción que se ocultaba bajo el tono despreocupado de su voz, le miré a la cara. A pesar de que intentaba fingir indiferencia, sus ojos también le delataban.
-Te gusta, ¿verdad?- Le pregunté suspicaz, mientras movía los dedos en el aire y pensaba que era una pena no haberme roto la mano izquierda.
Edward se encogió de hombros.
-Claro- dijo, siempre en el mismo tono apático -.Te sienta muy bien.
Le miré a los ojos, tratando de descifrar la emoción que ardía bajo la superficie. Edward me devolvió la mirada, y todo disimulo se desvaneció. Su rostro de ángel resplandecía con la alegría de la victoria. Era una visión tan gloriosa que me cortaba la respiración.
Antes de que pudiera recobrar el aliento, Edward me besó con labios exultantes. Cuando retiró su boca para susurrarme al oído, la cabeza me daba vueltas; pero me dí cuenta de que su respiración era tan entrecortada como la mía.
-Sí, me gusta. No sabes cuánto.
Me eché a reír.
-Te creo.
-¿Te importa que haga una cosa?- me preguntó mientras me abrazaba con fuerza.
-Lo que quieras.
Pero me soltó y se apartó de mí.
-Lo que quieras, excepto eso- me quejé.
Sin hacerme caso, Edward me cogió de la mano y me levantó de la cama. Después se plantó de pie frente a mí, con las manos sobre mis hombros y el gesto serio.
-Quiero hacer esto como Dios manda. Por favor, recuerda que has dicho que sí. No me estropees este momento.
-Oh, no- dije boquiabierta, mientras él clavaba una rodilla en el suelo.
-Pórtate bien- murmuró.
Respiré hondo.
-Isabella Swan- me miró a través de aquellas pestañas de una longitud imposible. Sus ojos dorados eran tiernos y, a la vez, abrasadores -.Prometo amarte para siempre, todos los días de mi vida. ¿Quieres casarte conmigo?
Quise decirle muchas cosas. Algunas no eran agradables, mientras que otras resultaban más empalagosas y románticas de lo que el propio Edward habría soñado. Decidí no ponerme en evidencia a mí misma y me limité a susurrar...



Es increíble lo que puede cambiar una perspectiva hacia una película tras haber leído su libro.

Eclipse era la película que menos me gustaba de la saga, de hecho en muchas ocasiones he afirmado que me parecía excesivamente lenta, hasta el punto de dejarme fría o incluso de acabar la película con la misma lividez con la que me encontraba al inicio de ésta.

Sin embargo el libro es el que más me gusta de los tres, aunque hay que tener en cuenta que aún no he leído amanecer, la pasión y los sentimientos que se describen en la tercera entrega son mucho más estremecedores que en el resto.

Y es por eso que al ver la película una vez acabado el libro me he dado cuenta de que ésta en realidad no es lenta, sino demasiado rápida para mi gusto, irónico verdad????
El libro se centra sobre todo en la insistencia de Edward porque Bella se case con él, a pesar de las negativas de ésta y en la lucha de Jacob por conseguir que Bella sea consciente de sus sentimientos con la esperanza de que al final se decante por él. Mientras que en la película éstos parecen hechos más secundarios, dando más importancia al hecho del malévolo plan de victoria y su ejército de neófitos. 

Pero sobretodo lo que me hace apreciar con más claridad la gran velocidad con la que corre la película es el hecho de que cada escena que podemos ver en ella es la mezcla de cinco diferentes en el libro, lo cual te hace sentir que estás corriendo a través de los hechos.
El extracto que he puesto al comienzo de ésta entrada, es un claro ejemplo, se supone que se corresponde con la escena de la película en que Edward le pide matrimonio a Bella, si la tenéis a mano podréis comparar, sinceramente, para mi, resulta mucho más apasionante en el libro.

Espero que ésto sirva para contagiaros mi pasión por la lectura y que disfrutéis tanto como yo.
FELIZ AÑO 2012!!!!!